SI JUZGAS, TE JUZGAS

Una de las actividades mentales que más nos desgastan es el juicio. Llegamos cansados y atorados al final del día, y no precisamente por trabajo físico o trabajo mental práctico, sino por la cantidad de juicios que emitimos a lo largo del día ya sea a personas, situaciones, el tiempo, la política, etc.

El ser humano es el único ser que emite juicios, ningún otro animal tiene el poder de hacerlo. Un perro, un gato, un pájaro y otros seres vivos naturales como los árboles no juzgan el momento de bueno o malo. Simplemente son, están en contacto con su ser y su naturaleza. No te digo que tenga un comportamiento instintivo e irracional como el de los animales, porque en realidad tienes una ventaja: eres un ser humano y tienes un potencial infinito, por lo que además de proponerte ir más allá de los juicios, puedes tener mucha más capacidad a la hora de resolver situaciones ya que no llenas tu cerebro de contenido mental innecesario (los juicios en este caso).

Recuerda lo siguiente: cada ve que juzgas, en realidad te juzgas a ti. No conviertes al otro en ese juicio que emites, sino que eso reafirma el hecho de que necesitas juzgar a otra persona para darte una sensación de importancia, de tener la razón, de creer que existes aisladamente de tu entorno. Una vez escuché una frase a Wayne Dyer que me ha acompañado desde aquel instante: »cuando juzgas no etiquetas a esa persona con tu juicio, te etiquetas a ti mismo como alguien que necesita juzgar». 

Liberarte de tus juicios e ir más allá de ellos te permite ver cosas que antes no veías, simplemente porque los juicios que emites son ese velo que te aparta de la realidad del momento, te aparta de las verdaderas soluciones a los retos que se te presentan, ya que tu mente derrocha un coste de oportunidad muy grande. ¿Por qué? Porque esa energía que podrías aprovechar para mejorar la situación, la desperdicias juzgando, quejándote de ello, deseando que fuera de otra manera sin actuar, etc. Cada vez que sólo deseas que algo sea diferente pero no actúas en consecuencia, pierdes energía inútilmente. Algo que te puedo aconsejar es no pierdas energía en juicios, no pierdas energía en poner etiquetas a los demás porque al único que en realidad te etiquetas es a ti mismo.

Supongamos que hay una persona haciendo el tonto al lado tuya, divirténdose, haciendo un poco el ridículo pero sin dañar a nadie, simplemente disfrutando del momento y de la vida. Quizás tú lo juzgas, dices que es tonto y ridículo, y que no está a tu altura debido a tu madurez. Ahora bien, ¿quién es el que se está limitando realmente? ¿quién está experimentando felicidad, satisfacción y alegría de vivir? Pues esa persona en su tontería está teniendo en realidad una actitud mucho más inteligente que la tuya, y tú estás desperdiciando tu tiempo en emitir juicios, en lugar de rebajar tu ego y aprender algo de esa persona: aprender a ser real, pleno, hacer un poco el tonto de vez en cuando…

Ahora bien, hay una trampa en la que podemos caer: podemos caer en las garras del »ego espiritual». Ese que se dice siempre: »no juzgues, no juzgues…¡No juzgues! Esto es una gran trampa, porque esa energía que gastabas antes en juzgar, ahora la gastas en »tratar de no juzgar». Tu mente es una máquina de supervivencia, y por lo tanto, siempre trata de sobrevivir, por lo que nunca calla. Vas a juzgar, eres humano, pero el logro no está en dejar de juzgar por completo, sino en ir más allá de los juicios. Se trata más de reconocer cuando un juicio aparece en tu cabeza y reconocerlo como tal. Cuando lo reconoces como tal y sabes que no es necesario hacerle caso, te remontas por encima de él y este pierde su valor. Esa es la verdad sobre la ausencia del juicio, más bien se trata de no hacerle caso a tu cabeza cuando emite juicios y estos te restas mucha energía y destrozan tus relaciones.

Remóntate por encima de ellos, sé más inteligente que tus juicios, y notarás que tu paz interior toma presencia en tu día a día.

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